Me molesta que los vendedores toquen la puerta de mi casa. Lo encuentro invasivo, así que prefiero no abrir la puerta. Pero hoy tocaron el timbre y le abrí a un coach que presentaba un reto fitness. Venía preparado y hablaba en primera persona: si me uno al reto, él sería mi coach.
“Logra tu objetivo en 3 meses. Clases en grupo de 5 personas. Box, funcional y un plan de alimentación.”
De pronto sentí mucho respeto por él, Jonathan, por atreverse a ir de puerta en puerta ofreciendo una idea que él mismo había desarrollado para su gimnasio: box, funcional y un plan de alimentación por 90 días. No sabes quién te abrirá la puerta, pensaba una vez que se fue, pero confía en su idea lo suficiente como para exponerla ante desconocidos que vivimos por el rumbo para hacerla realidad.
Lo innovador, todos lo sabemos, no es el reto fitness en sí sino la determinación con la que se plantó frente a mi puerta para ofrecerme su servicio como coach: su tiempo y acompañamiento. Dicho de otro modo, lo innovador en estas propuestas no está en la oferta en sí más de lo que está en la autenticidad del ofrecimiento: su genuina disposición a un intercambio que beneficie a todos sus implicados. Esto último me pareció también admirable.

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¿Cómo ofrecer un servicio innovador?
Mientras escribo esto, me quedo pensando en la noción que, como sociedad, tenemos de lo que implica ofrecer un servicio innovador que la comunidad esté dispuesta a respaldar. Esto es algo que yo me pregunto de manera recurrente hasta paralizarme con los recursos que me faltan y el rezago que, siento, definiría mi propuesta de valor para las demás personas.
Quizás, sin demeritar las implicaciones de contar con el conocimiento técnico y las herramientas necesarias, la innovación es también estar dispuesto a sincerarse frente a desconocidos, dar la cara y decir -sin palabras- que la única manera de materializar una idea es asumiendo nuestra vulnerabilidad de un modo responsable y propositivo.
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