Pienso en los contextos. La prisa, la lectura en polvo que mezclas con agua y equivale a una balanceada biblioteca, a un intelecto eficiente y los poemas se desparraman, no cuajan como deberían y nos roban el tiempo, se dice. Y nuestra voz no quema y el llano no prende y sigo pensando en los lugares comunes.
Mientras estoy rediseñando mi sitio web en público — es decir, publicando notas como ésta — me abruman los textos pendientes, ¿de qué manera podría decir mejor las cosas? Entonces alguien podría precipitarse y sugerirme que usando más y mejores imágenes: nadie lee, rematará con la confianza subsidiada por una superstición datificada que tampoco puedo desmentir. Hoy ni siquiera tenemos la certeza de estar escribiendo para lectores humanos.
Una pausa: la dicotomía entre texto-imagen me parece más banal de lo que se pretende, al menos en lo que se refiere a comunicar asertivamente algo; un antagonismo exacerbado por la prisa — y la pereza de atender los propios intereses, supuestamente — de confirmar resultados: cobrar, medir, minimizar la fricción que implica tratar de comprender un texto ajeno en cualquier formato: gesto, imagen o texto. Mismos que, de vuelta a la necesidad compartida de comunicar-nos, no se sustituyen entre sí sino al contrario: pueden complementarse para propiciar una mayor claridad — que no equivale necesariamente a menos fricción al querer interpretarlos.
Comprender la inter-acción de las cosas nos demanda tiempo, concentración y otras incomodidades — como la de asumir que nunca podremos abarcar algo en su totalidad — porque los contextos son inherentemente complejos y nuestra perspectiva parcial, sesgada y hambrienta.
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