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Desprecio la instrumentalización de la culpa para promover la actividad física

Como alguien que disfruta hacer ejercicio, me generan aversión los lugares que apelan a algo religioso para nombrarse o «legitimar» su práctica corporal (e.g. El Templo, Monasterio, etc…).

Como alguien que sabe de primera mano que los beneficios de ejercitarse y/o practicar alguna disciplina deportiva trascienden lo físico-atlético — e implican también esfuerzos económicos, emocionales, políticos, propios y de quienes te apoyan —, la demagogia del equiparar la formación de hábitos más sanos — íntimos y políticos — mediante la actividad física con una transacción de culpas como “sudar los excesos” o “impostar superioridad ante alguien más basado en el acondicionamiento físico”, me parece de una frivolidad más nociva que integradora. 

La ironía: la pereza intelectual de convocar gente a su práctica refugiándose en la industria de la culpa — si me preguntan, uno de los pilares menos honrosos de mundo Fitness: la demagogia de lucir «en forma» a costa de violentar sin pudor el propio cuerpo y pagar por ello — le resta legitimidad de facto a la pertinencia de hacer ejercicio; a lo formativo de explorar y descubrir todo lo que podemos hacer con nuestro cuerpo de un modo lúdico y dignificante. Desprecio esa negligencia. 

Al mismo tiempo, soy consciente de que hay prácticas corporales, como la yoga, que integran lo religioso-espiritual de manera inherente — aunque como cualquier culto, aprender a sortear la charlatanería es un proceso paralelo —, lo cual es respetable y una oportunidad más para descubrirse en el propio cuerpo. El punto es que este tipo de práctica es muy específica y fácil de identificar. Mi crítica va hacia el oportunismo advenedizo. 

Desprecio la instrumentalización de la culpa, emulando a las industrias religiosas, para promover la actividad física.

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