Una amiga compartió la siguiente pregunta en Facebook:
¿Me ayudarían a dejar un comentario para definir qué es para ustedes la paz, cómo la viven en su día a día, en sus familias, trabajo, relaciones, o consigo mismos? ¿Cómo la promoverían?
Aunque traté de pasarla de largo — tenía que terminar otros pendientes —, su pregunta se quedó conmigo y terminé escribiendo la siguiente reflexión:
¿Qué es la paz? Una paloma blanca, sería mi respuesta más corta.
Después decidí compartir mi respuesta menos corta a continuación:
La paz es subjetiva y sus interpretaciones pueden contraponerse
La paz es un concepto que, como tantos otros, es indisociable de la subjetividad que lo contiene y usamos para diversos fines. Por lo mismo, nuestras interpretaciones de dicha abstracción pueden llegar a contraponerse defendiendo su respectiva versión de la misma ausencia. Las causas sociales son un ejemplo práctico de esta confrontación latente. Pienso en la legitimidad social del derecho a la educación (aprender, expandir) en contraposición con las prioridades del mercado laboral (optimizar, reducir), para ser un poco menos abstracto.
¿La paz es viaje, destino o estafa?
La pregunta inicial acotó el concepto a “nuestra” cotidianidad —“qué es para ustedes la paz…”. Así que para mi respuesta menos corta, propongo una analogía: ¿qué pasaría si sustituimos “la paz” por “un viaje”? La pregunta se leería así:
¿Qué es para ustedes un viaje, cómo lo viven y cómo lo promoverían?
Es probable que, anticipando que mi respuesta será leída por más personas, empezaría señalando la desigualdad social: no todos tenemos las mismas oportunidades de viajar, diría sin temor al desacuerdo. Sin embargo, mi respuesta nos llevaría también a una bifurcación del término: ¿a qué tipo de viaje te refieres? Porque tenemos, al menos, dos acepciones generales posibles: un viaje literal o figurativo.
Como carretera mal diseñada, a dicha bifurcación se suman otras sin destino claro: decir y hacer “un viaje” no son lo mismo. Pueden estar relacionados con fotos, videos o anécdotas, pero ante el tiempo implacable, lo vamos aprendiendo, se irá el viaje y quedarán nuestras memorias: ficciones sustituyendo lo sucedido. Volviendo al concepto en cuestión: ¿la paz es viaje o destino?
¿Por qué ningún mago aparece palomas pardas?
Es difícil resistirse a nuestros recuerdos: ningún mago que haya visto aparece una paloma parda en su show, como las que habitan, comen y ensucian las plazas públicas. Y nunca he visto una paloma blanca en una plaza pública — ¿a poco todas trabajan?, me pregunto —, todas son pardas e impasibles ante su excremento en los zócalos y las iglesias de los centros históricos por igual cagados, impasibles y vivos al unísono.
Promover un viaje puede ser un gesto noble, incluso hasta necesario en ciertos casos. De igual forma, también puede ser una estafa, una apuesta por preservar la desigualdad de oportunidades a costa de los más ingenuos, vendiendo humo a meses con intereses: la paz es un dios, una bandera o, peor, un candidato político.
No cabe duda que viajar transforma y también de modos imprevisibles, íntimos, necesarios. Pero, volviendo a la última parte de la pregunta inicial, promover la paz no equivale a ejercerla en la medida en que un agente de viajes, por más conocimiento técnico y logístico que pueda tener, por más honrado que pueda ser, parte de su trabajo consiste en recordarnos que sólo los magos pueden aparecer palomas blancas en la ciudad.
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