Es posible aprender sin quererlo, tener que adaptarnos repentinamente a una situación atípica. A grandes rasgos, pienso, la acción de aprender funciona como un puente entre lo nuevo y lo viejo, reconcilia lo desconocido con lo familiar — recordándonos, con sutil ironía, la extrañeza de nuestro mundo. En ese mismo sentido, la capacidad de adaptarnos a los cambios guarda una estrecha relación con nuestra disposición para adquirir nuevos aprendizajes.
El aprendizaje informal es un concepto que captó mi atención antes de conocer su nombre. Como una persona curiosa, siempre he sido algo escéptico de los procesos preestablecidos para llevar a cabo alguna acción. Y soy particularmente desconfiado cuando me aseguran que dicho proceso es la única manera de realizar algo — ¿según quién?, suelo preguntar. Esta inquietud me ha abierto los ojos a nuevos intereses, como la fotografía o el diseño web, que no era algo que considerara pertinente a mi desarrollo profesional cuando salí de la universidad, por ejemplo. Pero también me ha implicado diversos contratiempos al momento de cuestionar convenciones escolares en el trabajo como maestro. En mi experiencia como maestro de tiempo completo, ante el dilema de adaptarse — aceptar para incidir — a los cambios o buscar nuevas maneras de infundir el mismo miedo en su comunidad — my way or the highway, las escuelas siguen eligiendo el terror.
Lo anterior para reiterar lo evidente: la educación formal es incapaz de abarcar nuestra capacidad de aprender, por más que se esfuerce en invalidar todo aquello que no certifica pero sigue ganando legitimidad entre las personas. Es en este espacio donde me encuentro actualmente, en la inquietud sobre nuestros aprendizajes informales, los cuales denotan una manera de acercarse a un tema, por lo que no excluyen ningún área del conocimiento.
Es importante reiterar que el aprendizaje informal se refiere a un modo y no a un fin porque, en contraste con la educación formal que pretende supeditar todo sentido del aprendizaje a una certificación institucional, los conocimientos y habilidades adquiridas no están sujetos a una ponderación numérica. La evaluación, dicho de manera muy general, corresponde al éxito o fracaso de su aplicación y en dicho logro reside su motivación.
Con esto, tampoco quiero decir que la educación formal no sea valiosa o pertinente porque lo es. Simplemente digo que, en términos generales, su resistencia institucional a los cambios sociales y culturales perjudica más de lo que ayuda a sus alumnos. De hecho, creo que si las instituciones educativas asumieran sus limitaciones con más transparencia, podrían tener una perspectiva más clara de su rol en el siglo XXI, que no es el de poseedoras del conocimiento de hace ya varias décadas. Si me preguntan, donde yo veo un potencial tremendo dado su poder de convocatoria, es en la capacidad de renovar y fortalecer comunidades más sensibles a las necesidades — y crisis — económicas, ambientales, sociales y políticas presentes.
Así que, como dije al inicio, la curiosidad y la intuición me han sensibilizado respecto al aprendizaje informal como una manera de desarrollar un pensamiento creativo mientras se consigue más claridad sobre intereses diversos y constituyentes.
Photo by Eileen Pan on Unsplash