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Un pájaro vino a morir a mi trabajo

Un pájaro vino a morir a mi trabajo. No lo supe la primera vez que lo vi, aterrizó en la cochera del gimnasio como tantos pájaros hacen todos los días y se alejan volando tras cualquier movimiento brusco al interior. Vuelven. Siempre alerta, no como yo que lo vi aterrizar y simulé acercarme hacia él y no se movió. Así que ahora sí caminé hacia él y tampoco. Volví a mi entrenamiento. 

La segunda vez que lo vi, el pájaro yacía en la cochera. No le vi heridas en un cuerpo que, a la distancia, se confunde con las hojas que revolotean todos los días por mi vista. Pero su cuerpo de voluminosa hoja no se mueve y sólo puedo pensar que él sí sabía lo que venía. 

Pero aunque lo hubiese sospechado antes, no es como que pudiera haber hecho algo. Lo único que sé de pájaros es que descienden de los dinosaurios y su cuerpo es el follaje nervioso de un par de diminutos árboles que sólo saben brincar, no caminan.

Ahora me voy y las hormigas se quedan.

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